![]() |
Ratzinger de sangre judía |
De
algunos años a esta parte, entre las novedades de todas clases y las
revoluciones políticas y religiosas que con tanta frecuencia han agitado a
Europa, se ha visto nacer en medio de las naciones cristianas, un interés en
favor de la Sinagoga de que no hay ejemplo en el trascurso de los diez y ocho
siglos precedentes. No sólo todo lo que se practicaba por este pueblo
abandonado de Dios, sino toda la conducta real o supuesta de los cristianos
para con los judíos, ha sido, en diferentes ocasiones, el tema favorito de la
filosofía, de la política y del periodismo. Todos hablan de esta nación; todos
fijan sus miradas en ella, y tratan de despertar en los ánimos sentimientos de
conmiseración en su favor. Tan lejos se ha ido en esta vía de humanidad y de
simpatía, que no ha faltado quien deplore y vitupere sin reserva los sabios
reglamentos de la Iglesia, con respecto a los judíos, y considere estos
reglamentos como injustos, bárbaros e indignos del nombre cristiano.
![]() |
Paulo VI usando el Efod judío |
No
parece sino que ya no es el pueblo deicida y réprobo y de duro entendimiento;
que ya no es la nación obstinada en su ceguedad; que ya no es la Sinagoga de
Satanás, la que en el vocabulario común se conoce bajo el nombre de hebreos,
judíos, pérfidos, enemigos de la Cruz, como los llamaba el Salvador, y después
de Él su santa Iglesia. Hoy se la designa con una nomenclatura nueva, de
títulos honoríficos y pomposos; como congregación israelita, pueblo de
Israel, nación ilustre, raza privilegiada, digna de elogios; sin ninguna
distinción de épocas ni circunstancias; y por doquiera se la reconoce
perfectamente digna de todas las prerrogativas de que goza la sociedad
cristiana, hasta el punto de poder sentarse en los consejos de los príncipes
fieles, y tomar parte en la dirección de los intereses públicos
![]() |
Bergoglio festejando con los judíos |
Si
así es, razonaba yo, nuestros abuelos se equivocaron: luego la Iglesia se
equivocó también en las medidas que tomó contra las máximas y los actos de la
antigua Sinagoga; luego la Iglesia y el magistrado cristiano que obraban en
conformidad con las leyes canónicas, cometieron palpables injusticias,
reprimiendo y castigando las tendencias de la Sinagoga. En el tumulto de estos
pensamientos que agitaban mi espíritu, me asía a la fe católica y me decía:
“no, no; la Iglesia no ha podido incurrir en error: no, jamás pudo ser invadida
por las preocupaciones, el egoísmo y el odio.” Y añadía: “reduzcamos a la nada
las acusaciones y las invectivas que se atreven a formular contra las
constituciones eclesiásticas. Mostremos al mundo entero que la razón estuvo
siempre de parte de la Iglesia y no de la Sinagoga, que de todo fue causa la
perfidia de los judíos, y que si tuvieron que sufrir vejaciones en los tiempos
pasados, a ellos mismos deben imputar la culpa y no al cristianismo.
![]() |
Wojtyla también de madre judía |
El objeto principal de mi trabajo, es, pues, la defensa de Iglesia, de sus cánones, de su conducta con respecto a los judíos; conducta motivada por sus máximas y por los hechos que de ellas se derivan.
En
fin: para que en este trabajo haya orden y claridad, me limitaré a dos cosas: a
dar, primero, una exposición exacta y sucinta de las máximas esparcidas en los
libros de la Sinagoga, y adoptadas por ella desde los tiempos de Nuestro Señor
Jesucristo: a presentar en seguida una relación abreviada de los hechos que
fueron la consecuencia de aquellas máximas. Espero que este plan, si yo no me
engaño, tendrá la ventaja de ofrecer el resumen de la cuestión bajo su
verdadero aspecto, y el desenvolvimiento que naturalmente debe tener: espero
sobre todo, que se disiparán las dudas sobre muchos acontecimientos que hombres
de buena fe titubeaban en admitir, no teniendo suficientes razones para imputar
tales crímenes a la Sinagoga, e ignorando las preocupaciones que se alimentaban
en el espíritu obcecado de un pueblo desgraciadamente abandonado de Dios a
causa de su infidelidad.
Los
judíos han de considerar que la Iglesia tenía fortísimas razones para
mantenerse en guardia contra esta perversa nación, y reprimir por las armas las
sediciones promovidas por los judíos en diferentes Estados. Deberán además
convencerse de que, en la mayor parte de las luchas renovadas sin cesar, la
iniciativa ha venido de los judíos cuya felonía provocaba a los cristianos.
Comprenderán en fi n lo que la sana razón exige de ellos: que se pregunten
seriamente si la indiferencia les es permitida, y si pueden continuar viviendo
en la Sinagoga, cuando toda su historia presenta a la nación judía
evidentemente abandonada del Dios que en otro tiempo la bendijo, la protegió y
la colmó de pruebas de su más tierna predilección. (Autor L. Rupert)
Descarga LA IGLESIA Y LA SINAGOGA
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por su comentario. En breve se publicará.